
En el corazón del Vaticano, dentro del Palacio Apostólico, se alza la Capilla Sixtina, obra del Renacimiento, que no solo deslumbra por su arte, sino que también cumple una de las funciones más solemnes de la Iglesia católica. Tras el fallecimiento del papa, se convierte en la sede del cónclave que debe elegir al nuevo pontífice.
Arte y espiritualidad.
Situada en el flanco derecho de la Basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina fue construida entre 1473 y 1481 por orden del papa Sixto IV, al que debe su nombre.
Es célebre por sus frescos, especialmente el techo, pintado por Miguel Ángel Buonarroti, entre 1508 y 1512, y el Juicio Final en el altar, que concluyó en 1541.
El maestro italiano del renacimiento eclipsó con su obra, tanto a los arquitectos, Baccio Pontelli y Giovannino de Dolci, como a otros importantes pintores de la época que también intervinieron en la decoración de la misma, como Boticelli, Girlandahio, Perugino, Cosimo Resselli, Piero di Cosimo o Pinturicchio.
La bóveda, también del pintor florentino luce algunas de las más ricas imágenes de toda la historia del arte universal.

Cerrada a cal y canto.
Pero la Sixtina, que durante el año recibe millones de turistas para contemplar su arte arquitectónico y pictórico, queda cerrada a cal y canto cuando se celebra un cónclave, del latín (`cum´, con y `clavis´, llave), tal y como dispone la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis de 1996.
El lugar, donde se encierran los cardenales para las votaciones diarias, debe responder entonces a un proceso cargado de un estricto protocolo.
Para dar cumplimiento al mismo, se acondiciona la estancia; se instalan sillas, mesas y urnas para escribir y depositar los votos y se dota de sistemas para garantizar la confidencialidad e incluso se bloquean las señales electrónicas.
Transformado así en un lugar sagrado, los cardenales invocan allí al Espíritu Santo antes de cada votación, de la que finalmente resultará elegido el nuevo pontífice, en este caso el sucesor de Francisco.
Y hasta ese momento, la Capilla Sixtina sólo cumple esa finalidad, alejada del mundo exterior.
Los cónclaves de la Sixtina.
El primer cónclave celebrado en la Sixtina tuvo lugar en agosto de 1492, fue el último del siglo XV y de él salió elegido papa el español, nacido en Valencia, Rodrigo Borgia, que tomó como nombre para su pontificado el de Alejandro VI.
La última vez que un cónclave se celebró en otro lugar distinto a la Capilla Sixtina fue en 1800, tuvo lugar en Venecia (noreste de Italia) y fue debido a las invasiones napoleónicas.
Desde entonces, la Capilla Sixtina ha albergado, de forma ininterrumpida, quince cónclaves: cinco de ellos en el siglo XIX, ocho en el XX y dos en el siglo XXI, el de abril de 2005, del que salió elegido Benedicto XVI, el primer papa que renunció al pontificado en la historia moderna de la Iglesia, y el de marzo de 2013 que eligió al argentino Francisco, el primer jesuita y primer latinoamericano.
Las estufas, protagonistas del cónclave.
Asimismo, la Capilla Sixtina es también el lugar donde se instalan las dos famosas estufas de metal, que protagonizan el cónclave.
La estufa principal, de hierro fundido, se usa desde la elección de Pío XII, en marzo de 1939 y en su parte posterior están grabadas las fechas (años y meses) de los cónclaves en que ha sido usada.

Dispone de una pequeña puerta inferior, donde se enciende el fuego y una superior donde se introducen las papeletas para ser quemadas y esta se acompaña a su vez de una estufa auxiliar, utilizada por primera vez para la elección de Benedicto XVI, para dar más claridad y visibilidad al color de la fumata.
Si el humo es de color negro significa que no se ha alcanzado el consenso necesario, mientras que el blanco, anuncia la elección del nuevo papá.
Y de la estufa principal sale al tejado, a través de una ventana de la Sixtina, el tubo de la famosa chimenea, visible desde la plaza de San Pedro, de la que estará pendiente de todo el mundo.
M. Ángeles Martínez.
EFE REPORTAJES