
Pocos son los artistas que a lo largo de la historia hayan eludido representar la Crucifixión de Jesucristo o algún episodio del Via crucis, temas cruciales en el arte de los siglos XIII al XVII pero que prácticamente desaparecieron en el siglo XIX. Sin embargo, a partir del siglo XX las vanguardias artísticas retoman esta iconografía desde otras perspectivas para convertirla en símbolo de como el sufrimiento y tragedia rodean inexorablemente la condición humana, algo que trasciende épocas y creencias.
Desde Picasso, Munch, Chagall, Nolde, Ensor, Max Ernst, Otto Dix, Beckman, Kokoschka, a Saura o Botero, son muchos los que sucumbieron en algún momento en representar el tema de la crucifixión más allá de una premisa puramente católica, para convertirla ahora en una imagen simbólica, trascendental, con la que poder reflejar en un siglo tan convulso como el XX, la angustia vital del ser humano así como la capacidad que posee para infligir dolor y sufrimiento. Veámoslo en cinco ejemplos.
– Pablo Picasso (1881-1973) era consciente de la carga simbólica que la imaginería religiosa se servía para inspirar devoción y por muy irreverente o ateo que fuera, no pudo liberarse de la tradición española y a pesar de su agnosticismo la religión católica imperante en su época, el tema del la crucifixión debió de conmover profundamente a Picasso desde su juventud hasta su vejez, pudiendo representar algo así como la renovación de la vida.
La crucifixión y el martirio de Jesucristo es uno de los temas que le lleva a su infancia, a su Málaga natal famosa entre otras cosas por su espectacular Semana Santa, en unos años que dejó huella en él símbolo de la tragedia humana.

Esto se refleja en su Crucifixión (1930) , una pequeña tabla de madera (50 x 60 cm) que por sus reducidas dimensiones hizo pensar a los expertos que se tratara de un ensayo para una obra de mayor tamaño que nunca llegó a realizar. Fuera como fuere, debió ser muy importante para Picasso puesto que nunca se desprendió de ella. La obra traduce el tema en una maraña de colores, estilos, perspectivas y escalas donde están presentes todos los elementos que necesitaba: el dolor, la sangre, la madre llorando con el hijo en los brazos, una iconografía religiosa que repetirá en El Guernica del que se ha dicho que posee la potencia, la brutalidad de una corrida de toros y una crucifixión.
La imagen de Cristo crucificado puede quedar ligado en Picasso a sus momentos de crisis, pues realmente esta escena no representa solo la muerte de Cristo sino que va más allá en la búsqueda de mostrar la angustia vital, la capacidad del ser humano para infligir dolor, el sufrimiento que ese dolor causa a su vez y, sobre todo, el sacrificio, de los bajos instintos humanos e incluso de los ritos ancestrales que siempre obsesionaron al malagueño.
. A lo largo de su evolución artística, y hasta el 1959 existen bastantes óleos y dibujos de esta temática especialmente el cuaderno fechado en 1959, donde destaca el conocido como Cristo de Torrijos todo un osado atrevimiento al representar un crucificado haciéndole un quite a un picador que ha caído del caballo.
– Uno de los más destacados pintores del expresionismo alemán, Emil Nolde (1867-1956) en la Crucifixión (1912), reflexiona sobre el relato cristiano de la crucifixión de Jesucristo muy influido por van Gogh, Munch o Ensor. La figura central de Jesús en la cruz representa a base de intensos contrastes de color, ese uso visceral del color y de la pincelada expresiva, tan típica de Nolde y del movimiento expresionista en general, donde la forma, color y fuerte pincelada impregnan la escena avivando la emoción y la sensación de agonía.
Debajo, un grupo de espectadores con rostros distorsionados, como máscaras, podrían representar las reacciones de la multitud que presenció la crucifixión. Extremidades alargadas y rasgos exagerados contribuyen al impacto general de la escena, resaltando emociones como el sufrimiento y la redención.

– La crucifixión blanca (1938) del bielorruso Marc Chagall (1887-1985) no es el único cuadro que el pintor de origen judío dedicó al Crucificado, pero sí el de mayor tamaño y el más conocido donde además de representar la agonía de Cristo en la Cruz, esconde un claro simbolismo relacionado con el dolor del pueblo judío.
Chagall lo pinta en uno de los momentos más oscuros y trágicos de la historia de Europa: Hitler iba a invadir Polonia el año siguiente y para los judíos había empezado el tiempo de sufrimiento: La «Noche de los cristales rotos», en el otoño del 38, marcó el inicio de la terrible persecución, el holocausto antisemita realizada por el nazismo.
Ante este cuadro pareced sumarse a la memoria de algo terrible, la compasión, al menos a ojos del Papa Francisco que cuando lo visitó lo señaló como una de sus preferidas crucifixiones: «no es cruel, sino llena de esperanza. Muestra un dolor lleno de serenidad», dijo el Santo Padre.
– Artista, teórico y crítico de arte, Antonio Saura (1930-1998) fue uno de los principales renovadores del panorama artístico español del siglo XX, convirtiéndose en uno de los máximos representantes del informalismo en España.
Creador incansable y autodidacta, se acerca a la pintura por pura necesidad vital a raíz de una larga convalecencia en su juventud, limitó su paleta al blanco y al negro con los que comenzó un conjunto de temas en los que además de sus “Mujeres” y “Desnudos” las “Crucifixiones”, ocuparon gran parte de su obra.
Su Crucifixión (1959–63), del Museo Guggenheim Bilbao, es una de las pinturas más impresionantes que realizó Saura sobre este tema, que comenzó a tratar en 1957 y no abandonó hasta su muerte en 1997. La crucifixión -como en Picasso- deja de ser un emblema cristiano o cultural y se convierte en una imagen de la tragedia de la condición humana. Saura, de hecho, explicó que no había ningún motivo religioso en su aproximación a este asunto bíblico tradicional.
Esta pintura de garabatos frenéticos encarna lo que le daba a la obra de Saura una trascendencia única en la España de aquel momento: el modo audaz y contundente de tomar el modelo creado por Velázquez -la famosa Crucifixión de Velázquez (1632), del Prado de Madrid- dándole un tratamiento moderno, es decir, abriéndole al debate crítico.
Paradójicamente, fue al someter el legado español a las formas de pintar novedosas y más radicales cuando Saura logró liberarlo y concederle una nueva y poderosa vida: adoptó la pintura gestual asociada al Arte Informal y la aplicó a la figura y a los temas españoles tradicionales.
– Entre la menos conocida pero abundante pintura religiosa de Fernando Botero (1932-2023) figuran 27 óleos de diversos tamaños y 34 dibujos sobre el Vía Crucis que el artistas colombiano creó entre 2010 y 2011. La obra que trasciende el origen religioso del tema, integra recuerdos de la infancia del autor al tiempo que aplica su estilo inimitable al relato bíblico, sin cambiar la esencia ni los hechos, pero aportando un punto de vista inédito y, sobre todo, como homenaje a su tierra.
Botero da vida a uno de los grandes temas de la iconografía sagrada desde el Renacimiento, que para el pintor es: “Una bellísima tradición iconográfica en la que los artistas introducían la vida diaria en la historia. Y yo me he tomado la misma libertad de mezclar ciertas realidades latinoamericanas con el tema bíblico”.
En otro lienzo, ‘El camino de las penas’, representa a un Jesucristo en tono verdoso crucificado en pleno Nueva York, con algunos edificios representativos de la Gran Manzana como fondo. Botero emplea el color verde para asociarlo con la muerte, haciendo contraste con un parque contemporáneo, lleno de vida, mostrándose totalmente impasible ante la maldad humana.
Botero retrata todos los episodios del Vía Crucis con emoción y respeto pero sin perder su tradicional sentido del humor, combinando elementos incongruentes con una composición surrealista con la intención de hacernos reflexionar sobre las injusticias que relacionan los tiempos de Cristo con los actuales.
Amalia González Manjavacas
EFE REPORTAJES