Utila es un refrente turístico para los buceadores, al albergar la segunda barrera de coral más grande del mundo. EFE/María MuñozAlberga una de las barreras de coral más grandes del mundo, sus playas se extienden como un paraíso virgen en pleno mar Caribe y su gastronomía radica en recetas ancestrales con productos de gran calidad. La isla de Utila, en Honduras, se posiciona como un nuevo y desconocido enclave turístico.
Es la isla más pequeña de Honduras, y la más próxima al territorio continental del Caribe. Situada en la zona norte del continente y con paisajes de agua turquesa alejados de la masificación, esta pequeña isla cercana a la residencia de estrellas como Michael Douglas o Catherine Z Jones es el destino del momento.
El hogar del tiburón ballena.
Considerado el pez más grande del mundo, el tiburón ballena es uno de los animales que conforman la fauna marina de la zona, convertida en un punto turístico indispensable para los amantes del buceo o el esnórquel, un tipo de turismo al alza.
Alrededor de la isla se encuentra la gran barrera de coral de Mesoamérica, que cuenta con varias escuelas de buceo de certificación internacional para conocer este pequeño paraíso bajo sus aguas, como Utila Water Sports, capitaneada por el exalcalde de la isla, Troy Bodden.
“Utila es el lugar más bello del mundo, Colón desembarcó aquí sus naves atraído por su belleza”, explica a Efe Bodden sobre la pequeña isla, en la que incorporó proyectos innovadores en torno a la sostenibilidad y el reciclaje, como calles pavimentadas con argamasa realizada de productos reciclados.
Una isla para respirar calma.
Con apenas 50 kilómetros de superficie, once de largo y cuatro en su punto más ancho, la isla cuenta con una población de casi cinco mil habitantes, y acoge pequeñas flotas de turismo atraídas por sus playas paradisiacas y su única población, East Harbor, una larga calle que perfila la silueta de la costa.
La isla, cuyos habitantes provienen desde los descendientes de los Paya -relacionados con los mayas-, fue posteriormente fue poblada por piratas ingleses y otros habitantes descendientes de Gran Caimán y sus vecinas islas de la bahía; Roatán, Guanaja, Barbareta, Morat, Santa Elena y las Islas del Cisne.
Turistas extranjeros, muchos de ellos convertidos en residentes con el paso del tiempo, convergen con una población cuya fuente de ingresos es el turismo y la agricultura, en un ecosistema marcado por la amabilidad y la tranquilidad que también goza de una atractiva y bohemia vida nocturna.
Gastronomía local, un tesoro bien cuidado.
Con el pescado y el marisco como axioma central, la gastronomía de la isla cuida el producto local desde elaboraciones enriquecidas por la fusión de culturas; caribeños, centroamericanos y africanos.
Desde los ‘tapados’, una sopa espesa con un toque picante y mariscos, hasta las baleadas, plato típico que se extiende por todo el país y que consta de tortillas rellenas de frijoles rojos triturados y quesos, hasta el ‘pescado frito con tajada’, pescado frito servido con rodajas de plátano verde.
Servidos en cucurucho de papel y como una delicia gastronómica para tomar a pie de calle, los ‘camarones empanizados’ son otro de los manjares de esta isla, una de las especialidades del eje de peregrinación gastronómica ‘Restaurante 1104’, donde se sirven junto a salsa tártara y puré de maracuyá.
Frente a La Ceiba, la capital del ecoturismo.
Frente a esta isla, ya en suelo continental, se encuentra La Ceiba, la capital del departamento de Atlántida y la cuarta ciudad más poblada de Honduras. Un enclave donde convergen desde actividades de playa y de relajación con otras de aventuras como grandes tirolinas, expediciones o rafting por sus grandes ríos.
Ancestralmente conocido como un punto indispensable en el comercio de fruta de la zona por productos como las bananas o la piña, La Ceiba o ‘La novia de Honduras’ es uno de los ejes de mayor comercio exterior de la zona, y también de actividades heterogéneas para sus curiosos visitantes.
Desde el Parque nacional Pico Bonito hasta el Refugio de Vida Silvestre de cuero y salado, con protección a más de 35 especies de animales como el manatí. Otro de los lugares más visitados es la cuenca del río Cangrejal, con multitud de senderos y la posibilidad de realizar rafting en sus aguas.
En contrapunto a los planes de aventuras, La Ceiba cuenta con unas aguas termales que se posicionan como un remanso de paz. Ubicadas en el corazón de la vegetación tras casi un kilómetro a pie, las aguas calientes de la zona conforman piscinas naturales de agua caliente con barros hidratantes para la piel gracias a su contenido de azufre.
La magia de las aldeas garífunas en Sambo Creek.
A orillas del mar Caribe y a poco más de quince kilómetros de La Ceiba se encuentra Sambo Creek, una tradicional villa de la etnia garífuna, grupo descendiente de los africanos y los pueblos originarios del Caribe que habitan entre algunos puntos de Honduras, Nicaragua, Belice y Guatemala, con más de 600.000 residentes.
Los garífuna cuentan con una destacada cultura musical de ritmos marcados con tambores y una gastronomía basada en platos como la ‘machuca’, que combina plátano verde en puré con leche de coco y pescado frito o el ‘ereba’, pilar de su gastronomía, un pan de yuca que sirve como acompañamiento de la mayoría de comidas.
Entre su cultura gastronómica destaca su propia bebida, el ‘gifity’ -amargo en el idioma garífuna-, una bebida alcohólica creada como medicamento a la que también se atribuyen propiedades digestivas y que ha pasado a formar parte de la identidad garífuna.
Arnaldo Chamorro es uno de los rostros más respetados dentro de esta comunidad, y además de regentar su propio restaurante de gastronomía garífuna en la costa de Sambo Creek, ‘Chamorro’s Restaurant’, fabrica esta bebida en diferentes modalidades y con la mirada puesta en un plan de exportación exterior.
“Es un producto de nostalgia”, explica sobre esta bebida, que aglutina raíces y cortezas de la vegetación de la zona y se deja macerar durante un tiempo. “Tras la pandemia ha experimentado un auge por sus propiedades medicinales”, añade Chamorro sobre la bebida, que es también un sello de identidad. Por: María Muñoz Rivera. Imágenes: Efe